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PELÍCULAS / CRÍTICAS Francia

Crítica: Yannick

por 

- Quentin Dupieux firma una comedia de gran eficacia, sencilla y sorprendente, incisiva y mordaz, sobre la falta de amor y sus consecuencias potencialmente dramáticas

Crítica: Yannick
Raphaël Quenard en Yannick

"¿Qué clase de espectáculo es este? ¡No tiene ni pizca de entretenimiento! He venido aquí a pasármelo bien y olvidarme de mis problemas, pero lo único que hace esto es empeorármelos". La vida es a menudo como una pequeña obra de teatro, y el arte (para bien o para mal) constituye un espejo más o menos distorsionado de los estados de ánimo humanos y de las corrientes sociales. Quentin Dupieux se ha convertido en todo un experto a la hora de secuestrar, subvertir y llevar estas representaciones a extremos absurdos con un espíritu siempre lúdico, aunque a veces amargo y sombrío. De hecho, es en este terreno pantanoso, explorado ya en trabajos anteriores como La chaqueta de piel de ciervo [+lee también:
crítica
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entrevista: Quentin Dupieux
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, en el que el cineasta ha decidido adentrarse para su brillante y mordaz película titulada Yannick [+lee también:
tráiler
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, que se estrenará en los cines franceses el 2 de agosto, por cortesía de Diaphana, acontecimiento que tendrá lugar antes del estreno internacional en competición en el 76.º Festival de Locarno. Se trata de una película que gira en torno a un montaje y una idea muy sencillos, una película que transforma un modesto teatro donde se representa un espectáculo "banal" sobre la moral (la historia de un marido cornudo frente a su mujer y su "sustituto") en una cámara de eco especialmente pertinente de los graves problemas que asolan a las sociedades occidentales de hoy en día: la soledad, la sensación de que nadie nos escucha ni nos hace caso, el "mal de amores" y las divisiones culturales y sociales, así como las ansias de violencia, la transgresión y la toma de control que probablemente se derivan de estas divisiones.

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"No he pagado para ver arte, no soy ministro". Dos actores y una actriz (Pio Marmaï, Blanche Gardin y Sébastien Chassagne) se encuentran en plena actuación sobre el escenario ante un público algo escaso cuando, de repente, un hombre se pone de pie e interrumpe la obra. Este hombre es Yannick (la estrella emergente Raphaël Quenard), un agente de estacionamiento que, tal y como explica, se ha tomado el día libre y ha invertido 45 minutos en coche y 15 minutos a pie para venir a ver este espectáculo que no le está gustando lo más mínimo. "Solo intento transmitir mi frustración, me siento peor que antes, y mira que es difícil, porque tengo una vida de mierda". A continuación, se produce una discusión con los actores, que se esfuerzan por hacerle entender al alborotador que el autor de la obra no está allí, que el juicio de Yannick es subjetivo ("¡eso son palabras mayores!", replica Yannick) y que no tienen ningún problema en reembolsarle el dinero siempre y cuando deje que terminen la obra —todo ello antes de invitarle a abandonar el recinto—. Sin embargo, el alborotador, que siente que lo han dejado en ridículo, vuelve con una pistola en la mano y toma a toda la sala como rehén ("se ve que hasta que no enseñas la pistola, nadie te toma en serio. ¿En qué clase de mundo vivimos?"), con ideas muy concretas sobre cómo se desarrollará el resto de la velada: "Voy a crear un nuevo espectáculo a través del que se demostrará a todo el mundo que los agentes de estacionamiento también podemos crear obras entretenidas, y ellos van a hacer todo lo posible para representar mi creación y haceros sentir mejor".

Quentin Dupieux teje una red muy sutil en torno a este personaje principal que redefine las reglas del juego y alza la voz, explorando así la conmovedora realidad de un momento de locura y una expresión increíblemente racional de sentimientos fuertes que se habían estado conteniendo durante mucho tiempo; una red a la vez cerebral, ambigua y directa, que garantiza que actores y espectadores interactúen a través de un atrezo minimalista (un arma, un ordenador y una impresora). Al tomar el control del escenario, Yannick levanta el velo sobre el lado oscuro de una sociedad profundamente carente de diálogo. Quentin Dupieux, por su parte, logra el equilibrio perfecto entre un humor cáustico que resulta muy divertido, pero no por ello menos incómodo, y una forma de afecto que convierte a su protagonista en alguien entrañable a pesar de su agresividad sin filtros. Todo ello se inserta en una trama escueta (la película dura una hora y siete minutos) que se complementa con unos cuantos giros simbólicamente edificantes, de manera que esta nueva película de Dupieux (el claro heredero posmoderno de Luis Buñuel) acaba constituyendo una rareza rebosante de normalidad y concisión.

Yannick ha sido producida por Atelier de Production y Chi-Fou-Mi Productions, y las ventas internacionales corren a cargo de Kinology.

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(Traducción del francés)

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