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LOCARNO 2023 Competición

Crítica: The Invisible Fight

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- El tercer largometraje de ficción de Rainer Sarnet se remonta a la época soviética y fantasea con los peculiares universos paralelos que podrían haber coexistido con la narrativa oficial del Estado

Crítica: The Invisible Fight
de izquierda a derecha: Rein Oja, Ursel Tilk y Kaarel Pogga en The Invisible Fight

Primero aplicó un toque fassbinderiano a la filosofía de Dostoievski en The Idiot (2011), su ópera prima, después mezcló el folclore báltico y la crueldad gótica en November [+lee también:
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(2018), y ahora, en The Invisible Fight [+lee también:
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, su última obra de ficción, que acaba de presentarse en la competición internacional del Festival de Locarno, el director estonio Rainer Sarnet despliega una mezcla explosiva de kung fu, heavy metal y cristianismo ortodoxo, y todo ello con retazos de la realidad soviética estonia que asoman en el horizonte. Su formación en animación constituye probablemente la razón de este incansable malabarismo entre estilos gráficos y géneros, un juego con el que claramente disfruta —prueba de ello es el hecho de que alcanza un nivel más elevado e imaginativo con cada película que pasa—. Además, en The Invisible Fight, Sarnet utiliza la técnica de animación del stop motion con el fin de conseguir un gran efecto cómico, como cuando los personajes se mueven al ritmo de la banda sonora y cuando vislumbramos la desternillante visión de monjes voladores, en tanto que, en otras escenas, el mero acto de parpadear va acompañado de sonidos a modo de dibujos animados. Este enfoque suscita, por una parte, una sensación de alienación —al más puro estilo Brecht— que nos hace reflexionar sobre la idea conceptual que subyace a todo este espectáculo absurdo, mientras que, por otra parte, nos susurra al oído que deberíamos dejar de tomarnos todo tan en serio y limitarnos a disfrutar de los extravagantes sucesos de la pantalla.

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La trama es lo suficientemente sencilla como para que el espectador no se pierda a la hora de detectar los entretenidos detalles que se van sucediendo a medida que se desarrolla la trama. Durante su servicio militar en algún lugar cercano a la frontera entre la URSS y China en 1973 —una probable referencia a la poderosa presencia de guarniciones del ejército soviético en la frontera sino-soviética de la época a causa de la ruptura diplomática entre ambas naciones—, Rafael (Ursel Tilk) es víctima de un ataque nocturno de kung-fu por parte de invasores chinos. Este hecho hace que aflore en él la intención de aprender kung fu en cuanto vuelva a la vida civil. Sin embargo, como "todo lo guay está prohibido en la Unión Soviética", busca una forma de iniciarse en las artes marciales en otro lugar, encontrándola —por irónico que parezca— tras los gruesos muros de un monasterio ortodoxo habitado por monjes disidentes, la mitad de los cuales han sido encarcelados al menos una vez por las autoridades soviéticas. El rebelde aspecto heavy metal de Rafael, adornado con cruces, combina a las mil maravillas con los trajes negros y el pelo largo de los monjes, y —para disgusto de su madre— le aceptan de buen grado, hasta el punto que reconocen en él a un posible sucesor de su gurú Starets. Esto, a su vez, sienta las bases de una rivalidad entre él y el devoto monje Irinei (Kaarel Pogga). Sin embargo, Rafael no está dispuesto ni a adoptar la humildad ni a acallar al animal que alimenta en su interior, ni siquiera a dejar de coquetear con los demonios, y mucho menos cuando estos desprenden un tufillo a Chanel n.º 5, como es el caso de la chica de la licorería local, Rita (Ester Kuntu). La lucha invisible con el demonio que lleva dentro se va intensificando poco a poco.

La bola de nieve que forman todas estas vicisitudes se va haciendo más y más grande a base de pisotones, muecas, bailes y carreras de coches soviéticos, y todo ello al tiempo que la banda sonora se consolida como una mezcla entre cánticos religiosos, rock estonio y "The Wizard", de Black Sabbath. A través de la mencionada cacofonía visual y auditiva, la inclinación de Sarnet por el humor absurdo y el hábil ojo cinematográfico del director de fotografía Mart Taniel para lo cómico acaban por pintar un retrato ecléctico, colorista y coherente de un reino soviético construido a partir de múltiples capas subversivas que, aunque bien podría haberse explorado desde un punto de vista político, se ha mostrado como un universo sencillo y entretenido del que disfrutar.

The Invisible Fight ha sido producida por la estonia Homeless Bob Production, y coproducida por la letona White Picture, la griega Neda Film y la finlandesa Helsinki Filmi Oy.

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(Traducción del inglés)

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